Hubo un día en el que Charles Poncet, amigo íntimo de Albert Camus, tuvo una osadía de las grandes: le preguntó a quien ya tenía el Premio Nobel entre sus antecedentes qué habría elegido si la salud se lo hubiera permitido: el fútbol o el teatro. Entonces, el brillante escritor nacido en Argelia en tiempos de la ocupación francesa le respondió con la naturalidad de su certeza: "El fútbol, sin dudas".
Camus lo contó alguna vez: "No hay lugar en el mundo en que un hombre pueda sentirse más contento que en un estadio de fútbol". Y agregó otra frase a su recorrido de elogios a ese deporte que abrazó tanto como a las palabras bien escritas: "Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". Lo dijo cuando la Copa del Mundo estaba interrumpida por la Segunda Guerra y por sus consecuencias y él ya había escrito dos de sus libros fundamentales: El extranjero (1942) y La peste (1947).
Su madre, Catalina Elena Sintes, era analfabeta y sorda. Su padre, Lucien Camus, trabajaba en una finca vitivinícola para un comerciante de vinos de Argel. Le pagaban menos que muy poco. Eran días difíciles para los Camus. La Argelia que el pequeño Albert tanto quería era un territorio de postergaciones. El fútbol, entonces, ocupaba ese lugar de pequeño paraíso posible.
Eduardo Galeano, también hombre de las letras y del fútbol, escribió sobre Camus en su libro El fútbol a sol y sombra: "En 1930 Albert Camus era el san Pedro que custodiaba la puerta del equipo del fútbol del la Universidad de Argel. Se había acostumbrado a jugar de guardamete desde niño, porque ese era el puesto donde menos se gastaban los zapatos. Hijo de casa pobre, Camus no podía darse el lujo de correr por las canchas: cada noche, la abuela le revisaba las suelas y le pagaba una paliza si las encontraba gastadas.Durante sus años de arquero, Camus aprendió muchas cosas: 'Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudo mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser lo que se dice derecha'.También aprendió a ganar sin sentirse Dios y a perder sin sentirse basura, sabidurías difíciles, y aprendió algunos misterios del alma humana, en cuyos laberintos supo meterse después, en peligroso viaje, a lo largo de sus libros".
A ritmo de vértigo, en el blog Vida de escritores y artistas, Manuel Ariza Canales retrató varios de los caminos recorridos por el escritor: "Con 17 años un brote de tuberculosis derrumbará parcialmente su vida y sus ilusiones de arquero, ralentizando el ritmo de sus estudios y trocando sus aspiraciones deportivas por un taller de teatro para aficionados. Terminará sus estudios de filosofía, pero su estado de salud le vale el ingrato honor de ver frustradas sus aspiraciones al cargo de profesor agregado. Abandona el partido comunista. Escribe para el Diario del Frente Popular. Su reportaje 'La miseria de la Kabylia' será un bombazo. Cierran el periódico y el boicot a Camus le fuerza a marcharse a París. Se coloca en la redacción de Paris-Soir. También lee originales para la editorial Gallimard, dirigirá Combate y se convierte al anarquismo. ¿Escritor? ¿Filósofo? ¿Intelectual? Más bien un humanista".
Alberto González Toro, en Clarín, contó cómo Camus trasladó a la literatura su relación con el fútbol. Puso un ejemplo: "En El primer hombre, su novela póstuma e inconclusa (publicada en 1994, 34 años después de su muerte en un accidente automovilístico), su alter ego Jacques descubrió, desde los primeros recreos, la que sería su pasión de tantos años. Los partidos se jugaban durante la pausa que seguía al almuerzo en el refectorio y en el recreo de una hora, que transcurría antes de la última clase de las cuatro".
Aunque Camus prefería el arco, en algunas ocasiones también se desempeñó como centrodelantero. Le gustaba jugar al fútbol; y también apreciarlo. A fines de los años 50, ya consagrado como Premio Nobel de 1957, Camus concurría con cierta frecuencia a ver al equipo que más le simpatizaba en la ciudad en la que entonces vivía: el Racing Club de París. Sus sensaciones ya las había contado en La Caída (su tercera novela, publicada en 1956): "Los partidos del domingo en un estadio repleto de gente y el teatro, lugares que amé con una pasión sin igual, son los únicos sitios en el mundo en los que me siento inocente". Moriría poco después, en 1960. Tal vez sin saber que había sido el arquero que mejor escribía.
Fuente
El CLarin
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