Césped sintético, caucho que rebota al son del trote y del sprint que termina por convertirse en gritos de jubilo en tres ocasiones cuando el esférico, el ovoide, el balón, la de gajos, se anida en las mancilladas redes azulcremas.
Cierto, el tiempo ha pasado a tal punto que los santuarios han cambiado. La vida misma hubiera dado el Monumental Estadio Jalisco por vivir, aunque sea el tiempo de compensación de un Clásico más. Hoy el cemento y la varilla es nueva, las pantallas panorámicas y hasta el acomodo milimétrico del graderío dan un aire de modernidad en un México con muchas carencias pero que, al momento de rodar la pelota en un clásico, poco importa cuando las miradas están solo puestas la cancha.
La batalla fue solo para uno. Otra vez el equipo de la nación entera, el mexicanismo Chivas del Guadalajara, defendió el origen de lo propio, el amor por la tierra y el buen futbol.
Chivas volvió a recordar al America y a sus huestes que para triunfar en este México se requiere más que nombres y palabrerías baratas, se requiere PASIÓN. El Rebaño Sagrado nuevamente le mostró al futbol nacional que once mexicanos son capaces de hacer realidad los sueños de triunfo de miles que sentados en la grada se identifican con lo poco rescatable que nos queda.
El Clásico es de Chivas. Enhorabuena para quienes visten su pasión de blanco y rojo.
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